Desde mi terraza

Los tipos duros de verdad llevan una coraza. Resistente y brillante, para que la vea y admire todo el mundo.

Otros simplemente llevamos un factor de protección emocional de nivel 15. Bajo la ropa y escondido. Útil para lo más basico, pero que no aguanta ni un golpe. Por eso los que no somos tipos duros de verdad evitamos los problemas. Los golpes duelen y sólo los tontos o los morbosos disfrutan con el dolor propio.

Supongo que cuando la gente ve a un tipo de 34 años salir a correr durante más de media hora siente admiración. LLevo corriendo más de 8 años y ni un sólo día he salido para correr. Salgo para ver la puesta de sol o el amanecer. Para notar como los rayos de sol, todavía naciendo o ya moribundos, arrancan los últimos harapos de esa protección. Para intentar ver en los colores rojizos del cielo algún reflejo. Ya sea del sol agonizante o de esas emociones que he desechado a lo largo del día.

Cuando llego a casa, descanso un buen rato en la terraza antes de ducharme. Si hay pocas nubes, estas parecen penachos de plumas rojizos en el cielo. O a veces un remolino que muere en el último punto de luz solar. Cuando está cubierto, solo los bordes anaranjados parecen recordar el día que muere.

Al levantar la mirada, las estrellas empiezan cubrir el cielo. Pero parecen tan solitarias como las notas del piano que suena en el CD. Al igualque las luces de la ciudad. Juntas, casi besándose, pero solitarias, al fin y al cabo.

Y cuando tanto mi cuerpo como mi alma están exhaustas, pienso en la gente.

Pienso en el último amigo que ha roto su noviazgo, después de varios años y ya a punto de casarse. Cómo tal vez es la decisión correcta. O no. Y en que ninguna de las dos cosas supone que vaya a ser más o menos feliz en el futuro. Y aunque jamás siento lástima de mi mismo, no me gustaría que mi amigo acabara como yo. Hay cosas que sólo los años te preparan para soportar.Y no estoy nada seguro de que la soledad no sea una de estas cosas.

Me encantaría que la mayoría de la gente que conozco fuera feliz. Saber que tus deseos importan lo mismo que un grano de sal en el desierto es lo primero que aprende uno cuando madura de verdad.

Pienso en mi mismo. En la facilidad con que uno se enamoraba hace unos años, o le gustaba la gente sin reparos. Y ahora, cuando alguien encantador te confiesa que siente dejar de trabajar contigo, ni siquiera sientes una leve complacencia. O piensas en las miradas de las mujeres, que eres incapaz de saber si son de curiosidad, interés, o lo que diantres pase por sus locas cabecitas.

Pienso en la última chica de la que me enamoré. O de la que creí estar enamorado. Cuando coincidimos los sabados soy incapaz de interpretar su expresión. Tal vez porque me importa poco.Ya ni siquiera siento esa opresión en el estómago cuando la veo. Supongo que ella jamás la sintió.

Las notas del piano siguen sonando en el disco, y las estrellas siguen su lento paseo por elcielo. Del color fuego del ocaso ni siquiera queda ya el recuerdo.